domingo, 8 de diciembre de 2013

Ombú



Ombú (Pytholacca Dioica) de treinta (30) años de edad. 

Era casi un retoño enclenque cuando lo elegí para regalarselo a mi madre, pensando que haría un regalo distinguido, raro por lo inusual y exótico impregnado por el misterio que en ese entonces generaba en muchas personas un Bonsai. Regalé muchos bonsai a otros parientes, pero solo Mamá, abnegadamente lo valoró en su justa medida y lo cuidó para siempre.
Casi en paralelo, nació mi primer hijo y su primer nieto. A partir de ese instante y quizás al recibir una indicación de su alma y en un modo de estar más cerca y acortar distancias, comenzó a llamarlo como a su nieto. Gastón, mi hijo, estaba en cuerpo y alma en Neuquén; y a la vez espiritualmente, para la abuela, estaba a su lado haciéndole agradable compañía. Cada visita que realizaba al hogar paterno, era oportunidad para disfrutar del crecimiento de Gastón. Los dos ejempalres crecían juntos. Padecieron enfermedades, trastornos, fríos, calores,nieve, tempestades que no pudieron nunca doblegarlos. Un hilo muy fuerte, hecho con cariño y delectación los mantenía vivos, fuertes y sanos. Mi Madre me decía siempre que su dedicación reflejaba el gran amor que sentía por su nieto.
Pasaron los años y la fortaleza de ella fue mermando, el desgaste y el deterioro de su cuerpo se hizo más pesado y delirante, haciendo que su alma que no quería abandonarnos, partiera hacia otros planos. Después del triste suceso, transcurridos tres meses, Papá me pidió que trajese el Ombú a casa; temía no ser capaz de tributarle los mismos cuidados que mi Madre, habiendo sido testigo de como se secaron algunas plantas de interior, quizás por extrañar en demasía a su dueña.
Así fue que Gastón que está próximo a cumplir treinta años y que ya no vive con nosotros, permanece en espíritu materializado, siempre acompañandonos; y me sonrío picarescamente cada vez que pienso que también mi madre se encuentra cerca, vigilante y celosa de nuestra felicidad. En las fiestas familiares lo hago ocupar el lugar más importante; el que probablemente hubiera sido ocupado por Mamá. Por ella y por mi primogénito, la tarea diaria de cuidar del ombú es un placer que, egoístamente no delego en nadie más..... Y así será hasta el fin de mis días. Ese será el momento que parte de mi esencia se confundirá en las entrañas del árbol con la mujer que me dió vida. Y estaremos juntos eternamente.......

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